"El paraiso es un lugar y tambien el infierno"De Luciano Pappalardo
“Eterna dualidad”
Luciano Pappalardo, fotógrafo marplatense radicado en Mendoza, nos presenta un repertorio de fotografías analógicas en blanco y negro que tienen la capacidad de despertar una intensa emoción afectiva y estética, por el poder dramático y melancólico que contienen.
La creación de sus obras comienza en el momento en que selecciona la escena indicada y la captura con su cámara. Luego, en su laboratorio, le da forma definitiva a sus luces y sombras. Cada serie que realiza adquiere características distintivas en ese momento íntimo y silencioso del revelado. Esto nos muestra cómo la fotografía analógica le permite a Luciano intervenir en las diferentes etapas de construcción de la imagen, acentuando o atenuando los efectos que busca transmitir con sus características obras.
En sus fotografías vemos escenarios cuyanos como Barreal y Tupungato, como así también apreciamos el sur vegetal y salvaje de Chile en sus capturas de Valdivia y Peulla. Nos encontramos con vestigios de la montaña y el mar. Troncos roídos por el tiempo, astillas de madera que se asemejan a huesos, pieles de roca invadidas por las algas y los moluscos, esqueletos de animales y senderos de espuma marítima. También, observamos personajes solitarios o en compañía y, a veces, sólo huellas de estas presencias: destellos del interior de un hogar, alambrados que dividen perímetros en las vastedades de la naturaleza sublime, redes de pesca y sogas que se asemejan a un cúmulo de raíces.
El paraíso es un lugar, y también el infierno.
A partir de una tarde de charla con Luciano pude entrar en contacto con su historia de vida, su inicio en la fotografía y con el contexto en el cual desarrolló sus proyectos fotográficos. Pude entender de qué manera la dualidad es un tema recurrente en su producción y, sobre todo, la experiencia subjetiva de él frente al paisaje. Esto trajo a mi memoria la siguiente frase de Italo Calvino en “Ciudades Invisibles” (1972): “El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué,
en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.” Tanto el paraíso como el infierno no son lugares distantes o futuros, son realidades que experimentamos en nuestro presente y serán nuestras percepciones y decisiones las que jueguen un papel crucial en la creación de nuestra propia realidad. De esta manera, los paisajes de Luciano nos impulsan a reflexionar sobre cómo navegamos nuestras vidas. Podemos atisbar en sus fotografías un ir y venir entre una agradable nostalgia o una abrumadora melancolía; un querer volver al pasado o sólo desear recordarlo.
La isla
Los paisajes que ha explorado Luciano Pappalardo son muchos y diversos. Él emprende expediciones en busca de alguna atmósfera o fragmentos de vegetación o animal o de presencia humana que lo conmuevan, para así acrecentar su colección de imágenes analógicas.
Vemos escenas en el mar o en la árida montaña, ambos espacios tienen que ver con su historia personal y su forzosa mudanza de Mar del Plata a Mendoza. Estos espacios poderosamente contrapuestos nos hacen pensar en cómo el artista percibe estos lugares y qué representan en su
mundo interno. La tierra, de alguna manera, le ofrece estabilidad y permanencia. La tierra y la montaña se transforman en un refugio sólido, en un nuevo lugar donde arraigarse. Por otro lado, el mar, al que siempre evoca, caracterizado por su inmensidad cambiante, dinámica e
impredecible, simboliza la transitoriedad, lo inconmensurable y el misterio de las profundidades inefables de su interior.
Frente a la serie “La isla”, nos encontramos con un simbólico remanso, en el que convive lo acuático y lo telúrico, donde se reúnen experiencias personales de Luciano. Crea una isla que será una especie de guarida, separada del mundo exterior, un lugar de escape. Este sitio será un santuario, donde se puede hallar seguridad y tranquilidad lejos del mundanal ruido. Luciano, moviéndose como anfibio entre la tierra y el agua, nos invita a explorar con él recónditos lugares. Su dual transitar lo inspira a descubrir y a dejar plasmada para siempre en su obra su afanosa búsqueda de la montaña en el mar y el mar en la montaña.
Florencia Giovannini
Mendoza, 2024