Francisco Rigozzi Estudiante

(A)DOLECER
En aquella época me gustaba más asombrarme que comprender. Hoy, solamente, rehago mi historia con un poco de coherencia. El mundo era a mi alrededor una enorme presencia confusa. Me decía que, pese a todo, era muy interesante vivir.
En cuanto me sentía útil o querido, el horizonte se iluminaba de nuevo y me hacía promesas a mí mismo: “Ser querido, ser admirado, ser necesario, ser alguien.” Estaba cada vez más seguro de tener un montón de cosas para decir: las diría. El día en que cumplía diecinueve años escribí un largo diálogo donde alternaban dos voces; ambas eran mías; una decía la vanidad de todas las cosas; la otra afirmaba que es hermoso existir aunque sea esterilmente. Una joven heroína de la cual me había enamorado consideraba sus amistades y sus placeres como “ramas” que la sostenían precariamente sobre la nada: me apoderé de esa palabra… De pronto, sólo existían para mí las personas que miraban de frente, sin hacer trampa, esa nada que lo roe todo, las demás no existían. Pero entonces ¿Por qué yo repetía con desolación que “todo es vanidad”? En verdad el mal del que sufría era el de haber sido arrojado del paraíso de la infancia y no haber encontrado un lugar entre los hombres.
Me decía que mi vida sería una hermosa historia que se volvería verdadera a medida que yo me la fuera contando. No tenía fe en los valores tradicionales; pero yo estaba decidido a descubrir o inventar otros valores… Buscaba sobrepasarme.
Yo necesitaba una vida devoradora. Necesitaba obrar, gastarme, realizarme; necesitaba un fin que alcanzar, una obra que cumplir. Quería vomitar mi corazón, quería estar vuelto sobre mí mismo. Había durante esta época una especie de locura que me había permitido soportarlo todo. Me dijeron: “El secreto de la felicidad y el colmo del arte es vivir como todo el mundo no siendo como nadie”.
Me habia vuelto diferente y hubiera necesitado a mi alrededor un mundo diferente: ¿cuál? ¿Qué deseaba exactamente? Ni siquiera sabía imaginarlo. Esa pasividad me desesperaba. Sólo me quedaba esperar y yo estaba tan cansado de esperar que me autoricé a tejer sueños. Primero, los definí… Los sueños son: “Lo que es, lo que fue, y lo que no es.”
Una momentánea sonrisa del sol: Decidí que mi única salvación sería construir un mundo alrededor de ese vacío, y lo haría con fotografías. Pensé alegremente en no detenerme nunca en ninguna parte. Me consagraba a la inquietud y a la plenitud… Si acertaba una vida, una obra, me felicitarían por haber pisoteado el conformismo.